domingo, 24 de octubre de 2010

Violencia, libre voluntad y revolución libertaria


Diego Abad De Santillán (1897-1983),
teórico y militante del Anarcosindicalismo en España y Argentina

Puede la revolución suscitar en muchos hombres las fuerzas de liberación adormecidas por la rutina cotidiana, por el ambiente hostil; pero no hará, por arte de magia, de la minoría social anarquista una mayoría social absoluta. Y aunque fuésemos mañana mayoría, no seríamos, sin duda, la sociedad entera. Quedaría una minoría disidente, desconfiada, enemiga de nuestros ensayos, temerosa de nuestra audacia experimental, deseosa de seguir otro camino.

Ahora bien: si no rehuimos la violencia para combatir la violencia esclavizadora, en la nueva construcción económica y social no podemos emplear mas que la persuasión y el ensayo práctico. Podemos rechazar por la fuerza al que intente subyugarnos o someternos a sus intereses o concepciones, pero no podemos emplear la fuerza para obligar a los que no comparten nuestros puntos de vista a vivir como nosotros pretendemos vivir. De ahí que nuestro respeto a la libertad debe alcanzar a la libertad de nuestros adversarios para vivir su propia vida, en tanto que no quieran ser agresivos hacía los demás, negar la libertad ajena.

...Queremos de antemano reconocer el derecho a la libre experimentación de todas las corrientes sociales, y nuestra revolución, por eso, no será una tiranía nueva, sino la entrada al reino de la libertad y el bienestar, en el que todas las fuerzas podrán manifestarse, todas las iniciativas ser ensayadas, todos los progresos ser puestos en práctica. La violencia está bien en la destrucción del viejo mundo de violencia, pero es antirrevolucionaria, antisocial, cuando se quiere emplear como norma reconstructiva.

En el aspecto político, naturalmente, es preciso renunciar a la hegemonía de un comité, de un partido, de una corriente dada; es decir, renunciar al Estado como institución que obliga a todos, a los que quieren y a los que no quieren. Pero esa renuncia a dictar la ley para todos, sin la cual no habrá verdadera revolución ni verdadero bienestar social, porque el mantenimiento del Estado es el mantenimiento de la fuente mas pesada de explotación del trabajo humano, no quiere decir que en el orden económico no pueda establecerse la solidaridad, el apoyo mutuo, el acuerdo... Como en el terreno de la organización económica del intercambio, lo que importa ante todo es la conveniencia recíproca de los pactantes; existiendo esa conveniencia el acuerdo se producirá, no obstante las divergencias económicas y sociales que puedan separar a los interesados, Y es posible así organizar una magnifica red de relaciones e intercambios en todo el orden económico nacional sin la base previa del régimen único, de la norma de vida y de producción única.

...Nosotros queremos que los trabajadores se unan, que reconozcan su identidad de intereses, que se sientan hermanados por la suerte común; sabemos que, unidos, lo pueden todo y que, separados, han de ser carne de cañón para los actuales y los futuros privilegiados, bestias de carga sin derechos y sin personalidad. Unámonos, pues, los trabajadores, pero en libertad, con la libertad, por la libertad.

Hay una base de acuerdo para todos los trabajadores, y en ese acuerdo estará la revolución triunfante: el reconocimiento sincero de nuestras diferencias de carácter, de temperamento, de educación, y la promesa solemne de entendernos hoy y mañana, previo el respeto reciproco, para contribuir, sin abdicación alguna, a la obra común: la supresión del capitalismo y del Estado totalitario.

// Fragmentos del libro EL ORGANISMO ECONÓMICO DE LA REVOLUCIÓN
(Correo A, # 18, p. 19; marzo 1992)

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