domingo, 24 de octubre de 2010

Ex-Unión Soviética: de tecnoburócratas a burgueses


Una característica de la clase obrera es, según Marx, su condición de clase destinada a acabar con la sociedad de clases. Esta trascendente misión histórica se realizará, paradójicamente, a través de la dictadura del proletariado. Protagonista de la revolución y timonel de la palingenesia, realizara una inédita hazanha: acabar con el poder mediante una máxima concentración del poder (dictadura). Por eso, la revolución bolchevique pretendií instaurar la dictadura del proletariado. Así lo decía Lenin y no dejaba de proclamarlo su sucesor Stalin.

De hecho, la dictadura del proletariado no existió nunca ni podría haber existido. Durante los primeros meses de la revolución (hasta 1919), obreros, campesinos y soldados constituyeron, a través de un movimiento mas o menos espontáneo que surgía de la misma dinámica revolucionaria, los consejos o soviets. Por su propia naturaleza, los soviets eran órganos locales autogestionarios, llamados a federarse en el plano regional y nacional. Eran los medios menos adecuados para ejercer una dictadura y, mas aún, en la medida en que su funcionamiento se afianzaba y su vigencia se extendía, eran instrumentos aptos para liquidar el Estado, es decir, el poder central. Pero, puesto que Lenin y los bolcheviques no querían tal cosa, no tardaron en suprimirlos como órganos de autogestión obrero-campesina, y conservando el nombre, los convirtieron pronto en meros receptores de las ordenes del Politburó y del Soviet Supremo.

Establecieron, en efecto, una verdadera dictadura. Pero no se trataba de la dictadura del proletariado sino de lo que ellos llamaban la “vanguardia” del proletariado, es decir, de la élite integrada por los dirigentes del partido. Esta “vanguardia” o élite partidista (en cuya formación trabajaba afanosamente Lenin desde su exilio helvético) incluía a unos pocos obreros (o ex-obreros) y estaba formada, sobre todo, por intelectuales, periodistas, profesionales de la política revolucionaria, etc., es decir por pequeños burgueses. Ella constituyo el núcleo de una nueva clase, llamada a sustituir a la burguesía y a la aristocracia feudal. No solo no hubo nunca dictadura del proletariado sino tampoco de los proletarios. La nueva clase asimilo paulatinamente a grupos de antiguos burócratas y de nuevos técnicos, a escritores  “comprometidos” y militares “patriotas”. Para consolidarse como tal necesito la autocracia brutal de Stalin, que le aseguró al mismo tiempo la liquidación física de las viejas clases dominantes (burguesía, kulaks, etc.) y los instrumentos para usufructuar, a través del aparato gigantesco del Estado, la plusvalía producida por los obreros y campesinos.

La nueva clase tecnoburocrática no se definía por la propiedad de los medios de producción sino por la propiedad de los medios de decisión. Tierras y máquinas, explotaciones agrícolas e industriales, transportes y servicios no le pertenecían jurídicamente, pero su funcionamiento y sus metas eran fijados por ella. Mas aún, ella disponía de la totalidad de los bienes producidos y decidía la distribución y el consumo. Al hacerlo se reservaba, directa o indirectamente, la mejor parte. Ni siquiera es necesario poner en duda las categorías marxistas o cuestionar el materialismo histórico para comprender que esto sucedió en Rusia tal como lo sostenemos. La dictadura del proletariado fue, en realidad, una dictadura sobre el proletariado. Y éste no dejó de sentirlo así, pese a la propaganda y a la ideología, que lo proclamaban verdadero dueño de todo en la patria del socialismo.

Tanto lo sintió así que, lejos de empeñarse por acrecentar la producción en sus “propias” fábricas y campos, comenzó a trabajar con el mismo desgano de quien trabaja para un patrón que lo explota. Pese a las duras sanciones que podían llevarlo a un gulag siberiano, pese al stajanovismo inventado por los ideólogos del régimen, los obreros rusos no producían siquiera lo que sus congéneres occidentales. Si a esto se une la incapacidad intrínseca de toda burocracia, que fracasa una y otra vez en la planificación de la economía y no alcanza nunca a cumplir cabalmente con los faraónicos planes quinquenales, que se ve afectada por la corrupción crónica y por el mas absoluto escepticismo ideológico, que en siete décadas ha nacido, crecido y envejecido como clase, no será difícil comprender la situación que generó la perestroika.

La clase tecnocrática no encontró alternativa alguna, en su afán por conservar el poder, sino la de transformarse en nueva clase empresarial de una nueva economía de mercado. Se dio cuenta de que la conservación de sus privilegios, que incluyen sobre todo la explotación del trabajo de obreros y campesinos, bien valía un cambio de naturaleza y funciones. El cambio, por otra parte, era menos de lo que a primera vista pudiera imaginarse. Pidió auxilio al capitalismo occidental de las transnacionales y obtuvo una respuesta no solo positiva sino entusiasta. La clase dominante en Europa Occidental, Estados Unidos, Japón, etc. no tiene hoy objeción a acoger en su seno a la vieja tecnoburocracia soviética, a cambio de ensanchar sus perspectivas mercantiles y de ver enormemente acrecentadas sus posibilidades de ganancia. El proletariado sigue proveyendo la plusvalía en Oriente como en Occidente, bajo el capitalismo tecnoburocrático igual que bajo el capitalismo de las corporaciones transnacionales. La diferencia consiste en que ahora ha aprendido definitivamente cómo no se puede construir el socialismo y por qué caminos no se llega a una sociedad sin clases.

Ángel J. Cappelletti
(Correo A # 15, pp. 9-10; febrero 1991)

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