domingo, 24 de octubre de 2010

Sobre la crítica anarquista del Estado


Las propuestas anarquistas son numerosas y sin duda es la corriente de pensamiento de mayor riqueza dando soluciones a los problemas sociales. Esto no lo niegan ni sus mas acérrimos enemigos, que reivindican muchas de sus propuestas sin declarar de donde las obtuvieron. Tal cosa no es una casualidad sino el natural resultado de un movimiento que alienta la libertad, que es la mas poderosa promotora de las fuerzas creativas del hombre. Pero dentro de esa gran variedad, los anarquistas nos identificamos por sostener ciertas posiciones comunes. Una de ellas es oponernos sistemáticamente al Estado, al que buscamos disolver por considerarlo el origen de la mayoría de de los problemas que aquejan a la sociedad.

Esa oposición no es ciega ni caprichosa y tiene fundamentos históricos, sociales, lógicos, desarrollados por todos los grandes del anarquismo y avalados una y otra vez por los hechos que no dejan de darnos la razón. En esta oportunidad vamos a considerar uno de esos argumentos.

El Estado democrático, que no el marxista ni el fascista, se constituye como la institucionalización de una sociedad. Es decir, la sociedad es anterior al Estado. En esa sociedad se generan naturalmente grupos y asociaciones, como la familia, los gremios, los vecinos, que al interactuar entre si dan origen a ciertos derechos, ciertos compromisos y, por supuesto, a conflictos. El Estado nace como un mecanismo que permite superar esos conflictos y garantizar esos derechos. Nace como un juez de disputas, que también legisla y dicta normas para ser cumplidas por todos. Asimismo se convierte en el defensor común frente a los peligros de una agresión desde el exterior de la comunidad.

Creo que en lo anterior todos estamos de acuerdo, lo que no quiere decir que sea esa la única solución, sino que así es como el Estado se justifica a si mismo. Pues bien, precisamente en esa descripción de la función del Estado se encuentra la contradicción que es la causa de todos los males que acarrea. En efecto, por una parte el Estado es el mandatario de la sociedad, que ha sido “mandado para” garantizarle sus derechos. El Estado es el sirviente de la sociedad y por ello al Presidente se le llama el “Primer Mandatario”. Pero por otra parte, el Estado, como juez, policía y “defensor nuestro” frente a un ataque exterior cuenta con el monopolio del poder, cuenta con todo el poder, el poder total, el poder soberano, es el único dueño de la fuerza.

Sucede entonces que tenemos un sirviente, pero tenemos la desgracia de que es todopoderoso. Tenemos a alguien a nuestro servicio, pero es omnipotente, que tiene todo el poder de la comunidad. ¿No es esto contradictorio? ¿se puede decir que tenemos una institución a nuestro servicio si no podemos hacer nada con ella ni contra ella porque es todopoderosa? Es como si usted alquilara un auto con chofer, pero el chofer lo llevara donde quiere, cuando quiere, le cobrara por los gastos lo que se le antoje, pusiera la radio en la estación de su gusto, le dejara hablar a usted solo con su autorización, y además no pudiera devolver el vehículo o despedir al chofer porque usted ya eligió (y además, porque él es quien tiene el único revolver que hay). ¿Tiene sentido alquilar un auto en esas condiciones? ¿Tiene sentido el Estado que desarrolla el plan económico que quiere, por el tiempo que quiere, cobra los impuestos que le parecen, controla la cultura, restringe la libertad de expresión, y a quien no se puede cambiar porque interpretar, juzgar y aplicar las leyes que lo harían posible también están en sus manos?

Pedro Pablo
(Correo A, # 20, p. 9; agosto 1992)

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