domingo, 24 de octubre de 2010

Policías, jueces y abogados: los oficiantes de la legalidad

I.- _Policías: el orden delincuente_


Con tenebrosa regularidad, la crónica roja de los medios informativos reseña denuncias e investigaciones sobre la participación de miembros de las diversas policías del país en toda clase de crímenes. “Pozos de la muerte”; ejecuciones a mansalva burdamente disfrazadas como enfrentamientos; connivencia y protección hacía los hampones que pueden pagar su precio; todas son situaciones inocultables en los medios de difusión, aunque las noticias sobre tales acontecimientos prosigan un camino muy conocido: titulares escandalosos al inicio; altanero desmentido de las autoridades, en el mejor de los casos seguido del reconocimiento tardío y adulterado del hecho; averiguaciones tortuosas destinadas a un cómodo punto muerto; conversión de acusadores en sospechosos; telenovela judicial de nudo hecho, inhibiciones, demandas y contrademandas; progresivo silenciamiento del asunto por obra de presiones interesadas o por imperativo de la competencia periodística; etc. etc.

La reiteración de esa rutina macabra no puede sino confirmarnos lo que toda la alharaca sensacionalista quiere esconder en este tipo de sucesos: La indefensión de la sociedad ante los desmanes de sus pretendidos guardianes del orden. Los organismos represivos del democrático Estado venezolano han demostrado con claridad que no tienen que envidiar a sus congéneres de otras latitudes, cuando de ejercer la violencia de la opresión se trata, y de ello hay constancia tanto en los informes de Amnistía Internacional como en las sufridas espaldas de nuestro pueblo. Bajo pretexto de enfrentar el auge de la delincuencia o con paranoicas excusas antisubversivas, un enorme aparato de intimidación acomete con sistemática violencia al menor asomo de protesta social. Operativos, planes, redadas y procedimientos selectivos son otros tantos nombres para encubrir el recurrente uso del terror oficial como forma de gobierno, mientras las raíces del fenómeno delictivo al que se dice atacar se fortalecen en la desigualdad socioeconómica vigente, abonadas por la acción y omisión culpables del Estado que dizque combate el delito.

Los casos difundidos de criminalidad policíaca son apenas una muestra de lo que se ha convertido en práctica cotidiana de estos “democráticos” herederos de los chácharos de Gómez y los esbirros de Pérez Jiménez. La arbitrariedad y el despotismo han sido impuestos de tal manera como norma de conducta para las flamantes fuerzas publicas locales, que pasan a ser parte de la naturaleza misma de quienes las integran. Formados por manuales e instructores yankis de “contra insurgencia y lucha anti-narcóticos” en la violencia mas sistemática e irracional, con garantías de inmunidad casi plena para sus tropelías (excepto si la víctima es algún poderoso), resulta inevitable que los polizontes comiencen a creerse ajenos a toda responsabilidad, convirtiéndose en la desnuda expresión del terrorismo diario del poder. El chantaje y la prepotencia como reglas en el trato al ciudadano común; la asociación abierta o disimulada con malandros; la persecución a los jóvenes por el solo hecho de serlo; atribuir carácter de sospechoso automático a todo marginal o desempleado - en un molde que además tiene un fuerte componente de racismo -; la justificación de homicidios y toda clase de atropellos violentos con la bien conocida trinidad de excusas - “se escapó un tiro al manipular el arma”, “no atendió a la voz de alto”, “tenía antecedentes” -; etc. Los repetidos ejemplos y variados modos indican a las claras que el problema no es de unos pocos dañados en una institución sana, sino que el sistema dominante y su Estado tienen los cuerpos represivos que merecen y desean, sin que haya reforma o depuración que valga para cambiarlos.

E. P.
(CORREO A, # 12, p. 8; febrero 1990)


II.- _Jueces: ¡Al Diablo con la Justicia!_

De la derecha a la izquierda, del buhonero mas humilde al Presidente de la Republica, desde los expertos en jurisprudencia a los lectores comunes de los diarios, oímos continuadas quejas contra la justicia. Mejor dicho, no contra la justicia sino contra los administradores de la justicia: que si los delincuentes quedan libres; que si los grandes ladrones ni siquiera van presos; que si a los pendejos les caen con todo; que si los juicios duran años; que esto, que aquello y nada bueno.

Como desde estas páginas insistimos tanto en que se hace necesario construir un hombre nuevo, una sociedad distinta, no cabe duda que el problema de la justicia debe preocuparnos. Por eso nos hacemos la pregunta: ¿Lo malo es la administración de justicia, o es que también hay que revisar la noción misma de justicia y su validez? Porque bien pudiera ser que tal concepto sea una de las causas por las que la administración de justicia nunca sea verdaderamente ...justa.

Ante todo la justicia institucionalizada, el Poder Judicial, es uno de los poderes del Estado, no de la sociedad. Si alguien afirma que el Estado es la forma necesaria en que la sociedad se organiza, le podríamos responder que - desde las elecciones de diciembre pasado en Venezuela hasta la tiranía de Ceaucescu en Rumania - abundan ejemplos para demostrar lo ilusorio de la representación de una sociedad por el Estado que la rige, que si representa en cambio a particulares intereses de minorías económicas, religiosas o de otra índole, con el manto de justificaciones leguleyas para oprimir, explotar y reprimir a una gran masa de la población en beneficio de un grupito. Siendo así, la justicia, el mecanismo por el cual todos nosotros hemos cedido el derecho de resolver nuestras diferencias al Estado, no puede defender sino sus propios intereses que son los de la opresión, lo cual esta muy lejos de ser expresión de la equidad que se dice practicar en su ejercicio. Cada juez “sentenciará” en favor de quien lo puso allí: el Estado, sus beneficiarios y la ideología que les favorece. Es por eso que la Diosa de la Justicia no es tan ciega como la pintan. Ciegos somos nosotros si confiamos en la supuesta imparcialidad de quienes se atribuyen la exclusividad del derecho a resolver los conflictos que nos afectan, escudándose en la rimbombante fachada de las instituciones jurídicas.

¿Es que acaso se vive cotidianamente en sociedad pretendiendo justicia estrictamente tasada? La respuesta es no. Nada mas injusto que la relación padres-hijos en una familia feliz; unos reciben todo - la vida, cuidados, alimentos, dinero, educación, valores -, otros lo dan todo. Entre amistades, nadie considera injusto si se le paga al que no tiene dinero una cerveza o la entrada al cine. Ni tampoco cuando una sonrisa o una mirada brillante son la compensación de un regalo al ser amado. Ni será injusto usar la franela de tu hermano (o hermana) y que él (o ella) lleve tu cinturón. En la vida de todos los días no hay esa justicia que quiere calcular estrictamente lo que se da y lo que se recibe. No somos justos sino que amamos (o no), practicamos la amistad, somos solidarios, nos apoyamos mutuamente, damos al que necesita lo que necesita, no lo que es aritméticamente “justo”. Por eso en una nueva sociedad habrá que olvidarse de la fulana justicia de balanza y poner en su lugar el amor, la amistad y la solidaridad.

Mariana
(CORREO A, # 12, p. 11; febrero 1990)


III.- _Abogados: El Otro Cuento de Gulliver_

Jonathan Swift (1667-1745)

// Texto tomado de VIAJES DE GULLIVER, Madrid, Sarpe, 1985, pp. 210-211.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                      Impresa originalmente en 1726, esta obra es una extraordinaria - y muy actual - sátira de las irracionales convenciones e instituciones de la opresión social, capaz de resistir con éxito los intentos de convertirla en anodina literatura infantil o inaccesible “clásico”.

...(Hay) entre nosotros una asociación de hombres educados desde su juventud en el arte de probar con palabras multiplicadas al efecto, que lo negro es blanco y lo blanco negro, cobrando por esa actividad. Todo el resto de las gentes - dije - son esclavas de esa asociacion. Si, por ejemplo, mi vecino quiere mi vaca, paga a un abogado para que este pruebe que aquel debe entrar en posesión de ella. Yo tengo que pagar a otro abogado para defender mi derecho, ya que va contra todas las reglas de la ley el que un hombre pueda defenderse a si mismo. Y en este caso, yo, legítimo propietario, me encuentro en una doble desventaja: primera, que mi abogado, estando casi hecho desde su cuna a defender la falsía, se halla del todo fuera de su elemento y al abogar por la justicia, lo que es en su oficio antinatural, siempre lo hará con gran torpeza cuando no de mal grado. La segunda desventaja es que mi abogado deberá proceder con gran cautela para no ser reprendido por los jueces y aborrecido por sus cofrades, acusándole de amenguar la práctica de la ley. Y, por tanto, yo solo tengo dos medios para conservar mi vaca. El primero, sobornar al abogado de mi adversario abonándole cantidad doble para que traicione a su cliente insinuando que la justicia está de su parte. El segundo medio es que mi abogado haga aparecer mi causa tan injusta como pueda, asegurando que la vaca pertenece a mi adversario. Y si esto se verifica con destreza, de cierto se logrará el favor del tribunal. Porque ha de saber Vuestro Honor que los jueces son personas llamadas a decidir todas las controversias sobre propiedades, así como las causas contra criminales, y se les elige de entre los mas hábiles abogados cuando estos se vuelven viejos y perezosos, y de tal modo han luchado toda su vida contra la verdad y la equidad que se hallan en fatal precisión de favorecer la opresión, el perjuicio y el fraude, al punto que he visto a varios de ellos rehusar una cantidad considerable por favorecer la justicia, en su temor de injuriar a la profesión haciendo una cosa contrapuesta a la naturaleza de su oficio.

Es máxima entre esos abogados que cualquier cosa que se haya hecho antes puede volver a hacerse legalmente, y por consecuencia tómanse especial cuidado en anotar todas las decisiones anteriormente acordadas contra la justicia común y la razón general del género humano. Tales decisiones, bajo el nombre de precedentes, son argüidas por ellos como autoridades para justificar las mas inicuas opiniones y los jueces nunca dejan de fallar concordemente con ellas.

Cuando abogan por alguna causa, evitan con toda precaución entrar en los méritos de la misma, y en cambio, hablan alto, con violencia y fatigosamente, amplificando todas las circunstancias que hacen al caso. Por ejemplo, en la circunstancia ya mencionada, nunca se preocuparán de saber que derecho alegamos a la vaca mi vecino y yo, sino que querrán saber si la sobredicha vaca es negra o pinta, si tiene los cuernos largos o cortos, si el campo donde pasta es redondo o cuadrado, si se le ordeña en casa o fuera, qué enfermedades ha sufrido y otras cosas por el orden, después de lo cual consultan los precedentes, aplazan la causa una vez tras otra, y a los diez, veinte o treinta años llegan a una decisión.

Ha de observarse, análogamente, que esa asociación posee una jerga peculiar, no comprendida por otro mortal alguno, y en ella están escritas todas sus leyes, que ellos ponen especial esfuerzo en multiplicar, de manera que han acabado confundiendo la misma esencia de lo verdadero y lo falso, de lo justo y lo injusto, al extremo de que les llevaría treinta años decidir si el campo que me han dejado seis generaciones de mis antecesores me pertenece a mí o a un extraño que reside a 300 millas de él.

En los procesos de personas acusadas de crímenes contra el Estado, el método es mucho mas breve y laudable, ya que el juez sondea primero la opinión de los que se hallan en el Poder y luego ahorca o salva a un criminal, siempre observando estrictamente las formas legales.

Aquí mi amo me interrumpió para decir que era una lástima que personas dotadas de tan prodigiosas capacidades mentales como eran los abogados, según la descripción que de ellos yo le hacía, no fuesen estimulados a obrar como instructores de los demás en prudencia y conocimiento. Respondiéndole dije a Su Honor que, en los puntos ajenos a su oficio, eran usualmente la raza mas estúpida e ignorante que existía entre nosotros, la mas despreciable en la conversación común, enemiga confesa de todo conocimiento y cultura y tan dispuesta a pervertir la razón general de la humanidad en cualquier materia como en su propia profesión.

(CORREO A, # 12, pp. 16-17; febrero 1990)

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