martes, 26 de octubre de 2010

Globalización y competitividad: nuevos mitos, viejas metas


Armando Vergueiro

I.-  La Globalización al Desnudo

Cuando a principios de este decenio el complacido orden capitalista mundial presencio hechos como el colapso de las burocracias comunistas y la exitosa intervención militar yanki en Kuwait, sus gurús políticos e intelectuales del momento (Bush, Drucker, Fukuyama, etc) proclamaron con vehemencia  ‘el fin de la historia’ y el advenimiento glorioso de la Globalización. Esta sería obra del arrollador progreso de la Ciencia y la Tecnología contemporáneas, así como del crecimiento irrefrenable de la economía y el bienestar colectivo en los tres grandes bloques económicos multinacionales (Norteamérica, la Comunidad Europea y Japón con sus dragones de Asía Oriental), generadores de prosperidad para aquellas naciones del Tercer Mundo y del difunto orbe soviético ‘capaces de visualizar y encarar con audacia las Megatendencias vigentes en el cambiante escenario planetario’. Se anunció solemnemente un Nuevo Orden Mundial, con los Estados Unidos como indiscutida Megapotencia político-militar, y la Organización de Naciones Unidas en plan de obediente instancia que oficializase como de ‘interés global’ las medidas internacionales necesarias para imponer este flamante status-quo, con el conveniente aderezo de una fraseología grandielocuente sobre Democracia y Derechos Humanos.

Para América Latina el mandato fue claro: o nos globalizábamos con prisas y sonrisas, o nos hundíamos sin salvación en el pantano de la crisis que nos agobiaba desde la década de los 80. Poderosas fuerzas externas recalcaron lo inevitable de esta disyuntiva, así que gobiernos y burguesías locales se dieron a la dócil repetición de las novísimas consignas del ‘globalismo’, aun cuando para los pueblos del continente la cosa no iba de estreno: precisamente en 1992 se cumplían 500 años de Globalización, otrora llamada colonización y después rebautizada con los eufemismos al gusto de cada época. Volvían a recetarnos la vieja pócima del progreso que nos hacen tragar desde hace medio milenio; antes con carabelas, espadas y cruces, hoy con parabólicas, Fuerzas de Despliegue Rápido y neoliberalismo; siempre asegurándonos que esta si sería la única salvación posible ante nuestros males, a pesar de que, como pasa con todo remedio eficaz, pudiera parecernos un poco amargo al principio, como en el pasado lo fue la llegada de la civilización cristiana (lease, conquista) y en el presente la ejecución de los Programas de Ajuste (vulgo, paquetes económicos).

Estos convincentes supuestos y seductoras promesas resulto que no tardaron en naufragar. La anunciada era de prosperidad y expansión de los grandes bloques se encuentra hoy en entredicho por los serios conflictos económicos, sociales y políticos que, por citar algunos ejemplos, impidieron la reelección de Bush y ya exponen la incapacidad de Clinton para superarlos, mientras que en Europa se avizoran con el amenazador revivir de fascismos de todo matiz y con las secuelas catastróficas del retorno al paraíso capitalista privado de las economías del Este. En cuanto a las ofertas del desarrollo científico-tecnológico, la crisis ecológica levanta una interrogante de demasiado peso como para no plantear la revisión radical de sus condiciones político-económicas, y además, los reductos por excelencia de ese desarrollo y actores privilegiados de la Globalización, las grandes corporaciones transnacionales, pasan por una fase de dificultades tan patente que ha sido bautizada “la extinción de los dinosaurios”, lo que también cancela las publicitadas expectativas sobre sus planes de inversión en el Tercer Mundo. En el plano político, las circunstancias internas de los Estados Unidos (en particular, el auge de la derecha y del aislacionismo) y sus choques de interés cada vez mas abiertos con japoneses y europeos, hacen problemático instaurar la prevista ‘Pax Americana’; y ni hablar de la descarada doble moral sobre libertades democráticas y derechos humanos que impera en la escena mundial.

Pero no se ceja en seguirnos imponiendo por estos lares la agenda de un ‘globalismo’ cada vez mas despojado de oropel y mostrando su catadura depredadora. Los poderes transnacionales saben que con él nos cargan parte importante de sus actuales dificultades, y para ello cuentan con el sumiso respaldo de las minorías opresoras locales, deslumbradas con la Globalización como los cortesanos de la fábula con el traje nuevo del emperador... Frente a esta interesada y obstinada ceguera de la dominación en Latinoamérica, hagamos nuestra la utopía valerosa del ‘Inventamos o Erramos’ con que Simon Rodríguez, el maestro del Libertador, enfrento a los globalizadores de su tiempo.

(Correo A, # 23, p. 12; julio 1993)
II.- Competitividad: ¿...Te Cuento el Cuento del Gallo Nipón?

Desde mediados de la década pasada y como el resto de America Latina, Venezuela padece la irrupción de esa versión postmoderna del Positivismo que es el credo de la Competitividad y la Calidad Total. Los expositores criollos de este catecismo levantan a Deming, Porter e Ishikawa a las mismas alturas que sus abuelos elevaban a Comte, Bernard y Durkheim, Tokio es ahora la Ciudad Luz, y con la sinuosa táctica de sus precursores espirituales, se trata de que el Estado y los ricos paguen bien por dejarse convencer, para lo que hay que sacrificarse en el disfrute de cargos, asesorías y favores; y así como hacía la década de 1920 un Vallenilla y un Gil Fortoul pontificaban como ministros del tirano J. V. Gómez contra la barbarie nacional y el mestizaje, sus pálidos émulos contemporáneos lo hacen respecto a la improductividad y el populismo desde los informes de la COPRE o las cátedras del IESA.

La prédica por el logro de la competitividad en la economía es uno de los pivotes básicos de esa fábula que hoy nos venden. En base al enfoque conductista, que reduce la psiquis a lo que pueda ‘observarse científicamente’ de ella (¿¡!?), se afirma que el ser humano es básicamente competitivo en el sentido egoísta del termino. De aquí arranca una elaborada especulación que pretende elevar la conducta del mercader capitalista al rango de norma inherente a la personalidad de la especie, mientras que la cooperación solidaría sería "una conducta casi antinatural", adquirida solo por vía de aprendizaje y que se justifica en tanto sirve para superar nuestras debilidades al competir (por ejemplo: cuando dos empresas se asocian o fusionan). Con esta clase de supuestos, se quiere sustentar el precepto del absoluto carácter natural de la economía de mercado,  siendo irracional oponerle barreras y, peor aun por lo quimérico, pretender construir modelos alternativos de gestión económico-social.

Extrapolando este marco referencial a nuestra realidad presente de crisis, los aprendices de brujo locales dictaminan que el pecado original de la moderna economía venezolana ha sido la carencia de una resuelta orientación competitiva, especialmente en sus relaciones internacionales. Se dice que en nuestro caso el Estado rentista petrolero estableció un esquema proteccionista y de imposición reguladora que ha viciado el sano desarrollo del capitalismo nacional, así que proponen romper con ese modelo en función de una estrategia que estimule a plenitud el potencial de los sectores económicos venezolanos mas competitivos en los mercados externos, visualizando con inteligencia cuáles son las áreas de producción y servicios que mas conviene potenciar por disponer de ventajas comparativas, así como de cuáles áreas debemos olvidarnos por carecer de las tan mentadas perspectivas de posicionamiento.

La perorata de la Competitividad pica y se extiende mucho mas todavía, condimentada con lo ultimo en adobos de lenguaje tecnocrático, estadísticas tramposas y Multimedia ‘up-to-date’. Pero en el fondo no es ni mas ni menos que un remozamiento de los viejos esquemas de la dominación, donde los centros hegemónicos capitalistas deciden que ellos si son competitivos para acumular poder y riqueza, mientras que el resto del mundo tiene ‘ventajas comparativas’ en recibir pobreza, opresión e injusticia. Se repite hasta el cansancio que el mercado mundial - particularmente en los ricos ámbitos de las sociedades desarrolladas - debe ser la meta de todos nuestros esfuerzos productivos, cuando de hecho semejante estrategia ha significado renunciar indefinidamente a la satisfacción de las necesidades del pueblo llano, que por no generar ganancias inmediatas y substanciosas quedan excluidas del mercado. Por eso, el cumplimiento de las promesas de la Competitividad solo puede hundirnos aún mas en el abismo; de ese modo ha ocurrido, por citar un caso, el fenómeno de que a partir de la década de 1950, al mismo tiempo que la población de America Latina se multiplicó por 4 y el valor real de su producción agropecuaria por 10, se haya triplicado el volumen de importaciones de alimentos y quintuplicado el número de desnutridos.

Pero cifras como estas no incomodan a los paladines locales del competitivismo; siempre queda el cómodo recurso de echar las culpas al estatismo socializante o a empresarios carentes de adecuada perspectiva (por supuesto, refiriéndose con dureza a lo primero y con indulgencia a lo segundo). La cantaleta seguirá sonando mientras los poderes transnacionales y sus secuaces locales consideren útil repetirla, pero también queda la posibilidad de arruinarles el libreto y eso solo lo podemos hacer nosotros, los de abajo, ese 80% de venezolanos (en el resto de Nuestra America el porcentaje es igual o mayor) al que pretenden seguirnos jodiendo a cuenta de ‘hacer competitivas las exportaciones’. Para ello, es indispensable que empecemos a reivindicar y construir un proyecto económico de autentica solidaridad y cooperación, donde la gente sea la medida del mercado y no el mercado la medida de la gente. ¡Imposible! dirán los fulanos expertos, pero ... ¿vamos a seguir creyéndoles el cuento?...

(Correo A, # 26, p. 5; septiembre 1994)

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