domingo, 24 de octubre de 2010

De los anarquistas / Ser y parecer anarquista


«Quiero seguir siendo este hombre imposible, ya que todos los que hoy son posibles no cambiaron.»
BAKUNIN

«Ha caído la máscara odiosa, el hombre queda sin su cetro: libre, sin  coerciones, hombre igualitario, sin clase, sin tribu, sin nación, exento de toda casta, culto, orden. Señor de si mismo, justo, noble, sabio...»
SHELLEY

El Anarquismo ha tenido entre sus teóricos y pensadores una notable característica. Se ha podido condensar en una frase posiciones cuya exposición sistemática requeriría cientos de paginas. Así, tenemos expresiones como “Ni Dios ni amo” de Bakunin, “La propiedad es un robo” de Proudhon, o “La pasión de destruir es una pasión creadora”, del mismo Bakunin, que nos dicen mas que libros y libros de sesudos análisis. Esto no es casualidad.

Las razones son varias. La primera es la capacidad de una persona brillante de plasmar, de darle forma a la frase. Lo logra gracias a que es capaz de superar todo el complejo de palabras y de acciones individuales y sociales, de las motivaciones mediatas e inmediatas de cada uno, del peso y los prejuicios de la historia, llegando así a definir sintéticamente el núcleo de un complejo problema.

Pero hay algo mas, porque no es gratuito que esto lo logren en su mas alto grado  los anarquistas. La razón es que son los anarquistas un conjunto de personas que buscan rescatar lo esencial de cada ser humano, su libertad e igualdad. Es por ello que son capaces de enfrentarse a la visión de la historia presentada por los sistemas de interpretación dominantes, en tanto que los anarquistas enfocan la espontaneidad creativa de la humanidad. Son y serán eternos buscadores, pues reconocen que por encima de cualquier doctrina acerca de la vida esta la vida misma. No intentan ser creadores de sistemas inmodificables o proyectos perfectos de sociedad, que obliguen a cada quien a ser teórico conocedor antes que práctico que participe.

Los anarquistas no temen el desorden pues confían en la fertilidad que conlleva y la rica armonía en que desemboca, armonía que no es solo de la razón sino de la totalidad del hombre. Por eso mismo, su objetivo es una sociedad abierta, un estado de mutación permanente por la viva interacción entre el individuo y la sociedad, sin autoridad ni gobierno.

Solo así es posible para un gran intelecto individual llegar a ese núcleo, definiendo en pocas palabras un rasgo de la naturaleza humana concreta y de su aspiración.

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Intentemos aclarar lo que entendemos por anarquismo, tarea pertinente cuando la palabra ha tenido significaciones tan equivocas. Así, anarquismo es respetar al individuo y su libertad, asumir el socialismo, luchar contra el Estado y su opresión, ser crítico e irreverente; pero la inversa no necesariamente es cierta y expliquemos por qué.

Respetamos al individuo y su libertad, pero no todo individualista es anarquista. Pensamos que una persona libre no puede dejar de asumir su compromiso social pues es inherente a la condición humana vivir en comunidad. Un individuo que niegue este compromiso o que se aproveche egoístamente de lo colectivo no es anarquista.

Por esto es que también somos socialistas, pero no todo socialismo es anarquismo. Ese socialismo que en nombre de lo colectivo somete, anula, sacrifica al individuo negando su libertad, impidiendo la expresión de todas sus capacidades, no es anarquismo.

Nos enfrentamos al Estado, pero no todo el que protesta contra el Estado es anarquista. Nuestra lucha contra el Estado es un aspecto de la lucha contra todo poder permanente cualquiera que sea. Por ello, luchar contra el Estado sin luchar contra otras formas de poder como el económico, el social, el político, el religioso, el de las costumbres y prejuicios, el de la educación, no es anarquismo. Nuestra lucha contra el Estado no es coyuntural, ni contra el partido de gobierno, ni hasta lograr el “poder”, sino que es un aspecto en la búsqueda de una sociedad autogestionaría, fruto de la libertad e igualdad de sus miembros.

Somos irreverentes contra los ídolos que nos tratan de imponer, sean políticos, históricos, religiosos, estéticos o filosóficos. Pero no todo irreverente, tremendista o de verbo audaz, con ropas y actitudes de protesta, es anarquista. Nuestra actitud es la de rechazo a toda imposición por la fuerza, sea física, del hábito, de la educación o del chantaje moral, y por ello asumimos actitudes irreverentes. Pero la intención es construir una sociedad mejor. Sin el aspecto constructivo, el desenfado y el tremendismo no pasan de ser modas vacías, que no pocas veces ocultan la pretensión de disfrutar de ese poder contra el que dicen luchar.

Entonces, como en muchas otras cosas, ni son todos los que parecen, ni parecen todos los que son, aunque es fácil confundirse, porque de anarquista y de loco todos tenemos un poco. Aunque por ahora ese poco no sea suficiente.

DOUGLAS GARCÍA
(Correo A, # 8, pp. 9-10; febrero 1989)

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