domingo, 24 de octubre de 2010

El Movimiento Dadá


En plena Gran Guerra, un joven poeta alemán llamado Hugo Ball, decidió pasar de kaiseres y armadas, y, desertando del ejército, se traslada con su compañera, Emmy Jennigs, a la ciudad de Zurich, en la neutral Suiza, donde siendo ella bailarina y pianista proyectan, para ganarse la vida, transformar una taberna de chicas de alterne en café literario, inaugurándose el cabaret Voltaire el 1 de febrero de 1916. Pronto se convierte el lugar en puerto de todos aquellos poetas y pintores que han preferido, y podido, desertar de las patrias a desertar de su propia voluntad de vida y libertad, y se va creando compacto, pintoresco e internacional alrededor del bakuninista Ball, con los rumanos Tristán Tzara y Marcel Janko, el alsaciano Jean Arp y su compañera Sophie Taeuber, los alemanes Huelsenbeck y Hans Richter, y otros colegas de variadas actividades y nacionalidades. Y nace el más libertario de los movimientos artísticos: “Dadá”, revolucionando y transgrediendo cuantos conceptos se tenían hasta el momento sobre el arte. el poeta Tzara lo explica así: ”Dadá nació de una rebelión que en aquel momento era común a todos los jóvenes, una rebelión que exigía una adhesión completa del individuo a las necesidades de su naturaleza, sin consideraciones para la historia, la lógica, la moral común, el Honor, la Patria, la Familia, el Arte, la Religión, la Libertad, la Fraternidad, ni para muchas otras nociones más, correspondientes a necesidades humanas, pero de las cuales solo subsistían algunas convicciones huecas, ya que habían sido vaciadas de su contenido inicial”. Y Hugo Ball, aclararía:
               Gadji beri bimba
               glandiri lauli loni cadori
               gadjama bim beri glassala...

En el Voltaire se daban recitales de música ruidística, de poesía fonética, de teatro dadá, mientras en sus paredes se exponían lienzos de pintores desconocidos, como Picasso, George Grosz, Janko, Arp y otros. A veces se dejaba que tocara el piano algún espontáneo novel como Arthur Rubinstein, o que recitara sus poemas Max Jacob. A veces el personal asistente no sabía muy bien de que iba la fiesta y las botellas y picassos volaban por los aires, teniendo que intervenir la fuerza pública...

Francis Picabia, pintor francés instalado en la revolucionaria Barcelona de la huelga de “La Canadiense” y las luchas por la jornada de 8 horas, entra en contacto con los dadás de Zurich y funda en Barcelona la revista 391, difundiendo el dadaísmo en España, mientras otros simpatizantes lo van extendiendo por toda Europa y los Estados Unidos. La provocación a los conceptos artísticos y formas de vida burguesas son continuos, y en algunos lugares llega a alcanzar el movimiento tal auge que la policía y demás entes represivos comienzan a atacarle con decisión, como en el caso de Colonia, donde las autoridades llegan a juzgar al grupo dadá de la ciudad como más peligroso y subversivo que los movimientos políticos marxistas.

A mediados de la década de los 20 empieza a decrecer la fuerza dadaísta, pues algunos de sus más agresivos miembros se pasan a las filas del recién fundado surrealismo, que con principios paralelos adopta, sin embargo, unas formas más organizadas con pretensiones científicas. Tal es el caso de Max Ernst y de Picabia; por otra parte el poeta francés André Breton, autor del Manifiesto Surrealista y principal animador de la tendencia, es por esa época un marxista convencido y ataca con toda la fuerza de sus escritos el manifiesto libertarismo explicito en dadá. Aunque Breton, hombre inquieto y reflexivo, iría evolucionando progresivamente sus ideas hacia el antiautoritarismo, llegando a simpatizar con la Federación Anarquista francesa y colaborando en su periódico LE LIBERTAIRE en la década de los 50. Escribiría el poeta “La bandera roja, pura de marcas e insignias, siempre recuperaré hacia ella la mirada que tenía a los 17 años, cuando durante una manifestación popular, la vi desplegarse a millares sobre el cielo bajo del Pre-Saint-Gervais. Y sin embargo, y siento que por la razón no puedo evitarlo, seguiré estremeciéndome mas aún al evocar el momento en que aquel mar llameante, en lugares poco numerosos bien delimitados, se vio perforado por el vuelo de las banderas negras”.

Más cerradas las filas continuarían las actividades dadá durante todo el periodo de entre guerras, realizándose algunas de las mas afortunadas y simpáticas de sus obras, como la Merz-Saule de Kurt Schwitters, que consistía en una escultura de ensamblajes en columna en continuo crecimiento, Schwitters pertenecía al grupo de Hannover, y coleccionaba billetes usados de autobús y tranvía, cintas de raso, envolturas de queso, suelas desgastadas, briznas de paja, botones de ropa deshecha y cuanto desperdicio similar encontraba en su camino que sedujese su atención, y con ellos componía collages que son obras maestras del refinamiento y la sutileza. La columna tuvo su origen en el piso bajo que ocupaba el estudio del pintor y poco a poco fue creciendo a base de materiales encontrados y regalados por sus amigos hasta que llego al techo, entonces alquiló el piso superior y, haciendo un agujero en el techo, continuó su obra. El proceso se hubiera prolongado hasta llegar al ático del edificio, pero los nazis comenzaron a enmarranar Alemania y la sensibilidad de Schwitters no lo pudo soportar y se largó a Noruega, y, cuando la invadió la peste parda, a Inglaterra. La columna fue destruida por un bombardeo durante la guerra.

Después de la Segunda Guerra Mundial los ataques a dadá cambian de sentido: se recurre a la captación. Jean Arp, que no había conseguido vender ni una sola de sus esculturas hasta que tuvo mas de 60 años, ve como sus obras comienzan a cotizarse, disputándose su posesión los más importantes museos del mundo. Pinturas de Janko, que había cambiado por embutidos para poder sobrevivir, se subastan en las más conocidas galerías; los coleccionistas buscan las obras de Picabia, de Richter...; los críticos estructuralistas escriben libros tratando de explicar las poesías automáticas de Hugo Ball. Pero nacen nuevos dadás, que adoptan nuevos nombres, que a veces surgen sin conocer la existencia del primitivo grupo.

Aparecerá la action painting, los happenings, el land art, el body art, el arte bruto, el arte pobre, y todo un etcétera. El camino emprendido por la creación artística a partir de la brecha abierta por dadá será irreversible, y la andadura se continúa en nuestros días, a veces sosegada, otras vertiginosas, pero siempre incesante. Mientras en las galerías los comerciantes siguen enmierdando al público con bonitas y fáciles decoraciones; mientras el teatro continúa en su mayor parte estancado en formas y temas costumbristas decrépitos, siguen apareciendo por doquier grupos de jóvenes artistas gritando con sus pinturas, sus esculturas, sus poesías o sus acciones que la rebelión se perpetúa y se acrecienta por momentos, y que dadá sigue vigente como a cada instante nacen flores.

Antonio Zara
// Publicado originalmente en la revista anarquista madrileña ADARGA
(Correo A, # 14, pp. 18-19; septiembre 1990)

No hay comentarios:

Publicar un comentario