martes, 26 de octubre de 2010

Muerte, Libertad y Experiencia Social


...¿Cómo es que llegamos a saber de la muerte?  ¿En qué forma se nos manifiesta? Una respuesta muy obvia es que experimentamos la muerte de otros. Pero esta respuesta cae por tierra al ser sometida a escrutinio. Por ejemplo,  ¿qué es, en la muerte de otros, lo que experimentamos como muerte?  ¿Acaso el hecho  de que sus funciones fisiológicas vitales hayan llegado a una cesación irreversible? Si...y no. Sin duda es verdad que por lo menos algunos órganos cruciales han dejado de funcionar. ¿Pero es esto lo que queremos decir cuando afirmamos que alguien ha muerto? No estamos hablando de los órganos sino de la persona; y las personas no se componen solamente de sus órganos, como la música no consiste solo en ondas sonoras.

Así como la muerte de una persona no es la muerte de un organismo, tampoco su vida es un fenómeno meramente orgánico. Para ser una persona debemos existir en lo que por el momento llamaremos una red de conexiones con otras personas. No hay duda que si nuestra meta fuera extender nuestras vidas en términos orgánicos, podríamos obtener resultados notables aislando personas en un ambiente sellado y libre de gérmenes, vigilando atentamente todos los sistemas vitales y proveyéndolos de una dieta de máximo valor nutritivo, pero esto no sería ya lo que consideramos existencia humana. Aseguraría solamente la continuidad del cuerpo a costa de la continuidad de la persona. La muerte, por lo tanto, debe entenderse básicamente como un daño irreversible a la red de conexiones entre las personas. Es en este sentido que la muerte es importante para la experiencia. Lo que experimentamos no es la muerte de otro como muerte, sino el repentino rompimiento de la frágil red de la existencia. La muerte tiene el efecto inmediato de revelar esa interconexión de la vida. Con frecuencia ignoramos cuan cercanamente se desarrolla nuestra auto comprensión en relación a otra persona, hasta que esa persona ha sido arrebatada por la muerte. La tremenda desorientación de los deudos es evidencia elocuente no solo de que estamos ligados, sino también de que la red que nos sostiene es demasiado frágil. De hecho, la red se rompe como si no fuera nuestra, como si nuestras propias vidas no nos pertenecieran.

Hay algo que la muerte revela a la experiencia como ningún otro acontecimiento puede hacerlo. Si bien demuestra nuestra dependencia respecto de la red de conexiones, también demuestra que simultáneamente la red depende de nosotros. Nuestras relaciones con los demás son siempre reciprocas. Como  personas, no somos nunca objetos inertes a quienes otros dirigen sus acciones. Una relación personal no existe hasta que respondemos a los otros, hasta que hemos entrado en relación mas allá de nuestra propia libertad, incluso si esa libertad es muy pequeña. Un niño, por ejemplo, depende de sus padres, pero los padres no crían al niño como un niño, en el mismo sentido en que podrían construir una casa o cultivar un jardín. El niño debe entrar en relación con su propia libertad, de otra manera el niño apenas sería diferente a cualquier otro objeto de manipulación para esos padres. Así,  lo que la muerte revela es algo paradójico: tenemos la vida por otros y con otros, pero solo hasta el grado en que participemos libremente en nuestra relación con esas personas. La muerte revela nuestra dependencia pero también nuestra libertad; y revela que no podemos tener una sin la otra.

Lo que constituye primordialmente la existencia humana es la continuidad temporal de la vida. Las relaciones humanas no son solamente una interdependencia de libertades compartidas, también se mueven hacía atrás y hacía adelante en el tiempo, incluso mas allá de los momentos en que la relación física comienza y termina; además, esa continuidad está directamente coordinada con el significado de la vida. Si nada resulta de nuestras acciones, si no tienen ninguna consecuencia para nosotros o para otros, obviamente carecen de sentido. Cuando comenzamos a ver que nuestra vida, considerada como un todo, no tiene resolución, consecuencia o importancia mas allá de si misma, encontramos maneras de ocultarnos a nosotros mismos el hecho de que no estamos verdaderamente vivos, en el doble sentido de ser libres y dependientes respecto a nuestras relaciones con otros.

La paradójica unión de libertad y dependencia que la muerte revela es mucho mas poderosa en su dimensión temporal. No puede haber historia que consista solamente de una persona. Mi historia es una larga serie de intercambios con otros, y, de hecho, algunos de esos intercambios, aunque son extremadamente importantes respecto de la continuidad de mi vida percibida, ni siquiera me involucraron. Así también mi futuro es una secuencia anticipada de relaciones con otros. Esto significa sencillamente que no puedo tener la historia que yo quiera, o el futuro que pueda imaginarme. Sin embargo, el caso es que, a pesar de todo, mi historia es mía, y el futuro también es mío; no simplemente porque me ocurran a mí como un objeto inerte, sino porque libremente los elijo como míos. No existe historia ni futuro fuera del compromiso que las personas establecen libremente entre si. Esto es crucial para comprender la manera en que la muerte es importante para la experiencia, porque la muerte puede quitarme a esas personas, entre las cuales he adquirido la continuidad temporal de mi vida,  pero no puede arrebatarme mi libertad y por lo tanto no puede destruir esa continuidad.

James P. Carse
 (Introducción a MUERTE Y EXISTENCIA. México, FCE, 1987)
(Correo A # 27, p. 16; abril 1995)

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