martes, 26 de octubre de 2010

U.S.A.: el gendarme innecesario


El derrumbe de la URSS, coloso al parecer pétreo pero con pies de barro, nos dejó un mundo unipolar. A la guerra fría le sucedió la paz tibia. Usufructuario y gendarme de este universo que por no ser frío ni caliente provoca vómitos (según el dicho bíblico) son los Estados Unidos de América del Norte.

Las contradicciones que hasta 1990 hicieron peligrar la paz internacional no eran sin duda, como se pretendía, las que mediaban entre capitalismo y socialismo, sino que surgían del afán de dominación por parte de dos poderosos Estados. En todo caso, eran las contradicciones entre el capitalismo de las transnacionales y el capitalismo tecno-burocrático. Cuando la primera de ambas formas capitalistas demostró ser mas eficiente económicamente que la otra, Estados Unidos, centro principal y prototipo de esa modalidad de la explotación del trabajo, surgió como única cabeza, por el hecho de ser además el país mas rico y el mejor armado.

En 1990 se vivió el sueño de la "pax americana". Pero no pasaron muchos meses sin que un sanguinario dictador, Saddam Hussein, desafiara la hegemonía mundial de los Estados Unidos, atacando a un vasallo fiel, el Emirato de Kuwait. El papel de gendarme internacional fue asumido sin mayores vacilaciones por la potencia imperial. Después fue Somalia, como poco antes Panamá y Granada. Hoy es Haití y, tal vez, de nuevo Irak. Mañana puede ser Cuba o, por que no, el socio y vecino México. Estas invasiones militares se caracterizan por ciertos rasgos que las diferencian de otras muchas que llevaron a cabo en el pasado los yanquis. En 1er. lugar, apenas provocan reacciones adversas en la opinión publica internacional y cuentan con la opinión publica nacional (que ya no recuerda Vietnam). En 2do. lugar, la acción yanqui se presenta  hipócritamente, como "intervención internacional"; se invoca la cooperación de "aliados" y la ayuda simbólica de "amigos" que no son sino vasallos. En 3er. lugar, las operaciones militares se llevan a cabo contra gobiernos dictatoriales y sanguinarios, pero no porque ellos lo sean sino simple y llanamente porque perjudican los intereses o amenazan de algún modo el prestigio mundial del gran gendarme.

El último rasgo es tal vez el mas interesante. En el mundo de hoy, una vez desaparecido el contrapeso de la Unión Soviética, nadie puede rebelarse contra el orden imperial y la hegemonía norteamericana sino desde la izquierda radical (una izquierda que vaya mucho mas allá del marxismo-leninismo) o desde una derecha fascistoide (que esgrima consignas ultra nacionalistas). La primera posibilidad, única valedera y auténtica, no se ha dado todavía y quizá no se de en muchos años. La segunda es la que encontramos en Irak, en Somalia, en Haití (y antes en Panamá). Esto, desde luego, favorece mucho la imagen de "defensor de la democracia" que el gendarme desea proyectar. Basta, sin embargo, tener en cuenta los antecedentes de las dictaduras que el imperio ataca, para entender la responsabilidad del mismo en la instauración de esas dictaduras: Noriega fue colaborador, confidente y espía de la CIA. Hussein fue apoyado por el State Departament como amigo confiable contra los ayatolás de Irán. A Cedras se le aseguró exilio dorado, se le devolvieron millones depositados en bancos norteamericanos y casi se le considera merecedor del Premio Nobel de la Paz; Carter, con su habitual bobería, asegura que no es un matón sino una persona decente. Mientras tanto, miles de haitianos que huían del dictador y de los "tontons macoutes" (reliquias gloriosas del duvalierismo, que USA nunca cuestionó seriamente) eran devueltos a su país (a riesgo de ser asesinados por militares o paramilitares) o encerrados en el campo de concentración de Guantánamo.

Todo esto demuestra que al gendarme no le interesan en verdad la democracia ni los derechos humanos, sino la defensa de sus intereses o, como en este último caso, la afirmación de su hegemonía continental y mundial. Es claro que quienes ocupan hoy la Casa Blanca y quienes dirigen el Pentágono, la CIA y el Departamento de Estado son fieles discípulos y continuadores de quienes promovieron en Chile el golpe de Pinochet, quienes apoyaron por décadas a Stroessner, quienes sonrieron a Onganía y Videla con complacencia de hermano mayor y solo se opusieron a los genocidas militares argentinos cuando un borracho decidió invadir las Malvinas, ámbito intocable de hermanos anglosajones.

Quienes adversan el fascismo y, consecuentemente, el racismo y el nacionalismo, no pueden dejarse engañar ni un instante por las proclamadas intenciones del innecesario gendarme. Comienzan por detestar el narcopatriotismo de Noriega; la sangrienta férula de Hussein, exterminador de kurdos, shiitas y opositores políticos en general; la abominable opresión del neo duvalierismo de Cedras, pero no se detienen sino hasta dejar claro que todos estos fenómenos patológicos no se hubieran generado sin complicidad del "guardián de la democracia y los derechos humanos"; no paran hasta hacer comprender a todos que, tras las nobles intenciones oficialmente aducidas, no hay sino una manifestación, mas o menos refinada, del viejo imperialismo. Acabar con las dictaduras y poner a salvo los derechos humanos no es tarea para quienes fueron (y ocultamente siguen siendo) los mejores amigos de los dictadores y los primeros violadores de los derechos humanos.

Ángel J. Cappelletti
(Correo A # 27, p. 7; abril 1995)

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